miércoles, 29 de diciembre de 2010

Miss Angustias y el autómata con música

Los que me conocen bien saben que siempre he sido una hipersensible, un bicho pasional que vive en una montaña rusa de sentimientos y estados de ánimo. Cuando estoy feliz me como el mundo y siento como si el pecho me fuera a estallar. Soy la reina de las canciones estúpidas y los bailes horteras, hago toneladas de galletas y bizcochos, no dejo de reir aunque lo que me provoque risa no tenga puta gracia, todo es de color de rosa, mis ojos brillan como estrellas y tolmundo er güeno. Pero también es cierto que esos días los termino con un enorme e insoportable dolor de cabeza y pensando lo poco que me soporto a mi misma. Luego está el extremo opuesto en todas sus variantes que van desde el bajoncillo con el que me quedo sentada en el sofá todo el día sin abrir la boca, hasta mi identidad oculta, aunque sobradamente conocida que es supertachycardiawoman o miss angustias.

Cuando era estudiante en Santiago, casi siempre tuve horario de tarde en la facultad lo que me llevó a  una vida bastante desordenada en lo referente a horarios, comidas, etc... y yo, que siempre he sido un animal de costumbres mas bien tirando a lo cuadriculado, este caos me provocaba unos cuantos bajones, que unidos a la malaostialidad que se apoderaba de mi ser cuando una compañera de piso intentaba envenenar a otra (cierto y verídico, aunque eso ya es otro cantar), me hacían bajar a horas intempestivas a caminar. Porque yo siempre he sido de caminar, de liberar la mente y ordenar las ideas quemando zapatilla, y la verdad, Santiago, otra cosa no, pero a callejear siempre invita. Además es una ciudad muy segura, podría compartir con NY el título de “Ciudad que nunca duerme” porque siempre hay gente en la calle.

Autómata escritor
Una de esas veces de rayada, la razón la recuerdo pero prefiero olvidarla, rúa do Vilar arriba, en un escaparate de una tienda de antigüedades que desgraciadamente ya no existe, me encontré con un pequeño ser que me fascinó. Estaba colocado en la oscura parte baja del estrecho escaparate, a la indigna altura de los pies de los caminantes. Se trataba de un pequeño muñeco que representaba la imagen de un bebé. Unos pocos rizos rojizos de pelo natural le caían por la cara, aunque la cabeza estaba ampliamente despoblada. Cada párpado contaba con 3 pestañas. Le faltaba un ojo y el otro estaba hundido dentro de la cuenca, esto unido una estraña sonrisa que dejaba ver dos dientes, le daban una apariencia bastante siniestra. El muñeco estaba desnudo pero quedaba claro que había sido fabricado para llevar ropa, ya que estaba articulado, y su cuerpecito tenía aspecto de máquina (excepto en las manos, pies y cabeza). Estaba colocado dentro de una caja de vidrio con un marco dorado un poco barroco, el fondo estaba decorado con flores secas, hojas y pájaros fabricados con plumas de colores. Sobre la caja ponía “Autómata con música, S. XIX”.

Cuando de fijé en el por primera vez me llevé un susto de esos que te hacen sudar tres litros y vibrar los tímpanos, uno de esos sustos que recuerdan a la sensación inmediata a que la esteticien te pegue el tirón de cera en la parte de la pierna próxima al tobillo.  No fui capaz de mirar al bicho por segunda vez inmediatamente. Me tomé mi tiempo, miré la farola de la calle, respiré hondo y volví a mirar con terror aquel invento del diablo. Y de verdad que el pavor pasó a la fascinación. A partir de aquella noche y cada vez que pasabamos por delante de esa tienda, me empeñaba en ver el autómata con música, y así casi todo el año. Carlos estaba frito! Los que me conocíais ya en aquella época os acordareis de la lideira con el autómata... aaaains! Como me hubiera gustado comprarlo...

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