miércoles, 30 de noviembre de 2011

Vuelvo y revuelves

Barbette, Man Ray (1926)
La noche  palidece moribunda, abandonando su ciega opacidad. Por las calles avanza el alba, despuntando el día, puntada a puntada, sobre las crestas de los edificios. Es hora de volver. Fue una de esas noches que a su término te da la sensación que pasaron varios días. Vuelves a casa con los ojos emborronados por el rimel (quizás la pena o la risa te han hecho llorar), los zapatos de tacón en una mano, los mechones de pelo invadiendo tu cara y quemándose con el cigarrillo que llevas en la boca. Una de esas noches en que llegas al portal y buscas la llave que a duras penas entra en el cerrojo de la puerta. Escupidendo en el suelo su pálida luz, el ascensor te espera en el rellano, con sus puertas abiertas como una madre amorosa y cálida que te espera despierta. Te miras en el espejo de su interior acercas la cara hasta tocar con tu nariz el feo reflejo que te devuelve. Entonces, en ese momento, recitas en voz baja:
"De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,  dejar atrás un sótano más negro que mi reputación —y ya es decir— poner visillos blancos..."

jueves, 24 de noviembre de 2011

Mi pesadilla

El sueño de la razón produce monstruos, Goya (1799)
Desde niña tengo este sueño recurrente, esta noche lo he vuelto a sufrir:


"Me quedé observando los dos sepulcros que en otro tiempo fueron del blanco impoluto de la cal. Ahora se encontraban sumergidos en un mar de hiedra verde y musgo. El terreno estaba encharcado unos centímetros y tenía la sensación de estar pisando una esponja húmeda. Tenía los pies mojados y fríos. En esa zona del jardín nunca daba el sol y el ambiente era desolador. A lo lejos oí ladrar al perro. Era un ladrido de alerta que me sugería que era hora de partir. Me abrí paso entre la maleza. Las zarzas me aferraban como para advertirme  que no abandonara un lugar seguro. 
Salí al apeadero del ferrocarril. El edificio abandonado de la estación,  de estilo rural alemán de los años 40 que tanto proliferó en la España franquista, mostraba sus ripias al aire, sus viguetas decoradas bajo el alero y sus guardapolvos sobre las ventanas, semejaba un fantasma de otro tiempo. El desvío que había frente a la arquitectura se encontraba cubierto por un zarcillo de pasiflora, que favorecido por el abandono, había hecho suyo el camino de hierro. Eché a correr por la plataforma de balasto, pero las piedras caían rodando montículo abajo y mis tobillos se torcían una y otra vez, por lo que me coloqué entre las vías y, utilizando las traviesas de roble y como un camino de baldosas amarillas avancé por el hacia el túnel. 

Mi pueblo está atravesado subterráneamente por un túnel de unos 300 metros de largo. Es un lugar al que acudíamos de niños a jugar por el hecho de tenerlo prohibido, ya que no era un lugar ni mucho menos amable. La plataforma de la vía se reducía considerablemente hasta guardar el ancho justo de un ferrocarril. A lo largo de los húmedos muros del túnel había una serie de nichos para resguardarse en caso de que el tren sorprendiera a uno cruzando el subterráneo. 



A las puertas del túnel, bajo el arco del que arrancaba la bóveda, intenté afinar la vista para  distinguir la salida. Allí estaba, una réplica minúscula del arco bajo el que me encontraba. Miré hacia arriba, las dovelas me semejaron unos grandes incisivos a punto de morderme. Siempre me pareció un lugar siniestro. El ladrido del perro se aproximaba, cada vez estaba más cerca. Eché a correr hacia las entrañas de mi pueblo. Los muros empapados de agua reflejaban la luz que procedía del final del túnel y el olor a alquitrán mojado de las traviesas inundó mis pulmones. Goterones golpearon mi cabeza hasta empaparme el pelo. Con la vista fijada al final del túnel, como una meta, como una salvación, pude oír el ladrido del perro magnificado por el eco. Miré hacia atrás de soslayo y vi dos figuras  junto a un enorme can. Corrían como yo, pero les llevaba ventaja. Apuré el paso y salí a la luz. Estaba completamente empapada. 

Me adentré en el bosque de castaños, caí rodando, me levanté y pendiente abajo, me aproximé al mar. El pequeño acantilado en el que moría el bosque iba derrumbándose invierno tras invierno sobre la playa. La marea estaba alta, por lo que iba a tener que nadar un poco hasta llegar a las rocas que me servirían de escondite. Me arrastré terraplén abajo, resbalando por el barro, hasta llegar al agua. Me eché a nadar y las olas me golpearon suavemente contra las rocas. Intenté sujetarme a una de ellas, pero cuando la tenía agarrada, el mar con su fuerza me apartaba de ella. Repetí la operación unas cuantas veces, hasta que al final llegó la ola fuerte y me aupó sobre la piedra que intentaba alcanzar. Tragué mucha agua, y la naúsea no tardó en convertirse en vómito. Tirada sobre la roca vomité, miré mis manos y sangraban, estaban deshechas pero no las sentía. Las metí bajo mis axilas para hacerlas entrar en calor y protegerlas. Estaba temblando y mi cuerpo no me abedecía. Allí sentada oí al perro delator. Miré hacia arriba, y allí vi las dos figuras oscuras como la noche, sin cara, sin manos, sin pies. Dos manchas que me observaban, clavándome sus ojos inexistentes. Me levanté, les di la espalda y con un impulso de superviviencia avancé sobre las rocas, saltando de una a otra hasta perderlos de vista."

martes, 22 de noviembre de 2011

Mi nueva y maravillosa vida





Debo de ser la única persona en este país que se alegra de terminar una relación laboral. Es como si me sacudiera una tonelada de mierda de encima. Joder! hay gente que espero no volver a cruzarmela en la vida!!! Enga, ahora, a otra cosa mariposa. Por cierto, del anuncio de cocacola me quedo con la primera parte. Gracias a TODOS por el apoyo y siento si he ofendido a alguien que lo esté pasando mal por el desempleo.

No vales nada

Aunque en tu pequeño feudo de mierda seas la reina,
en el juego de la vida eres una perdedora, y eso es lo importante.
Nunca estarás sola porque la soledad siempre caminará de tu mano,
a la par, mirándote a los ojos...

viernes, 11 de noviembre de 2011

Alegoría del Bazar Chino

Recuerdo cuando los famosos “todo a cien” tuvieron que compartir nicho con los ahora tan populares “chinos”. Las tiendas asiáticas comenzaron a instalarse en Santiago allá por el año 2003. Recuerdo mi primera visita a uno de estos establecimientos, fue para comprar una llave allen para mi bicicleta y un manojo de pulpos de goma para poder llevar cosas en el portabultos sin necesidad de colgarle las alforjas. Al llegar a casa, me dispuse a ajustar los frenos, introduje la llave en la muesca del tornillo y a la primera vuelta, la cabeza hexagonal de la herramienta quedó totalmente mellada y el tornillo no había girado ni medio grado. Estaba fabricada con una aleación de plástico con plástico, supuse.
Aquel día quería ir a estudiar a la piscina, porque en Santiago en junio hace mucho calor. Con los apuntes de Historia de la Música enrollados en la toalla de playa  y colocados en el portabultos, comencé a amarrar el bulto con uno de los pulpos que acababa de comprar. En un extremo del portabultos enganché el artilugio, tiré fuerte para tensarlo y cuando llevaba una vuelta de ceñido, el gancho se soltó de la goma y como se de un tirachinas se tratara, salió disparado hacia mi cara, rebotando en una de mis cejas. Aquel día decidí no volver a comprar en un chino.
Pero volví, volví a comprar cosas absurdas que no me duraban mas que cinco minutos. Una vez compré una alfombrilla para el ratón con esponja para el túnel carpiano, y, además de provocarme una irritación, la oficina entera estaba mareada por el olor a chapapote que desprendía. Lápices sin mina, rodillos de pintor que dejan pelusas en la pared, medias para gigantas, pintauñas que no salen ni con aguarrás… Pero la compra estrella, sin duda fue un cuchillo que compramos en Lisboa hace unos años. Después de pasar todo el día haciendo turismo, decidimos salir a cenar fuera, pero paramos en un super a comprar algo de fruta para tener en la habitación por si nos venía el hambre. No teníamos con que cortarla así que paramos en un chino a comprar un cuchillo. Ese cuchillo no es un cuchillo, siempre he tenido la firme creencia que es otra cosa, algo que parece un cuchillo pero que no lo es ni de lejos. Con el no se puede ni cortar la mantequilla, eso si, los dedos los corta perfectamente.

Visto en un bazar chino
Los establecimientos chinos comercializan mercancías que tienen “forma de” pero que no son para nada lo que parecen ser. Con todo esto, lo que quiero decir, es que los chinos son el escenario donde un profesor de filosofía debería llevar a sus alumnos a ilustrar la alegoría de la caverna de Platón. Si el señor Platón viviera en el siglo XXI nunca hubiera utilizado la historia de la caverna y las sombras proyectadas en la pared para explicar su teoría del conocimiento, utilizaría las estanterías de estos bazares. Los productos que venden los chinos son un simple reflejo o sombra de lo que deberían ser. Supongo que, a la hora de fabricar los objetos, lo que hace el fabricante chino, es reproducirlo a partir de una fotografía (sombra proyectada en la caverna de Platón). El chino, desconoce el material en el que está elaborado el objeto, la escala, e incluso, podría jurar que, haciendo caso a los rótulos e inscripciones de los envoltorios, desconocen su utilidad. El chino representa al prisionero platónico que se encontraba sentado y encadenado en la caverna, solo que, en lugar de estar en la caverna, estaba en un país comunista y cerrado a cualquier influencia occidental. Según parece, siguen sumidos en el mundo sensible y no tienen demasiadas ganas de ascender a ver el sol

sábado, 5 de noviembre de 2011

Tomará forma?

M. Mitchell
He abierto una caja de cartón que guardaba celosamente en el fondo del armario, bajo los jerseis de invierno. Allá donde sé que nadie va a buscar, donde se suelen guardar los joyones de la familia, los regalos sorpresa y las escrituras de la casa. Esa caja contiene seis sentimientos ordenados alfabéticamente. Son pequeños trocitos secados al sol que necesitan hidratarse para tomar forma y volver a la vida. Son duros, resistentes, e indestructibles, sus aristas son cortantes, como los pequeños vidrios que trae el mar y deposita en la playa. Los tenía guardados porque se que hacen daño e intentaba evitar que nadie se seccionara un dedo o algo peor. Soy su prisionera porque son un secreto, y como tales tengo que vigilarlos y custodiarlos. Me los tengo que llevar de vacaciones, acarrearlos en las mudanzas... y estoy harta. Ahora estoy preparada para comenzar a alimentarlos, sacarles brillo, ir haciendo que tomen forma. Eso me va a llevar algún tiempo y mucho esfuerzo, pero sé que lo conseguiré, por eso voy a tener el blog un poco abandonado, aunque se que ya lo tenía.
Cuando todo ese batiburrillo que me ronda por la cabeza tome forma, y consiga poner orden dentro del caos y recopile los cientos de hojas arrancadas y clasificadas de mis moleskines os lo haré saber. Quizá suene pretencioso, pero es así, voy a vomitar todo lo que llevo dentro en ".doc" y cuando escriba la palabra "FIN" ya veremos que pasa.