martes, 9 de agosto de 2011

Piel muerta

A tiras vamos arrancando la pátina que el tiempo va dejando sobre nosotros.


Niño espulgándose, Murillo (1650?)
Las postillas arrancadas dejan una pequeña herida en la piel, pero descuajándolas, por fin acabamos con la comezón que nos mortifica. Hartos de rascarnos en círculos en torno a esa costra, con cuidado para no arrancarla, esperando ansiosamente el momento en que esté en su punto para eliminarla. Sabemos que el picor es una molestia que merece la pena sufrir, porque si somos ansiosos y la arrancamos antes de tiempo, el dolor vuelve a nosotros y la herida tendrá que apostillarse y endurecerse de nuevo. Pero si esperamos estoica y pacientemente, el sacrificio será recompensado, la costra caerá sola y poco a poco saldrá a la luz la tersa, lisa y suave piel nueva.

Séneca decía algo así como “el tiempo cura lo que la razón no puede” y estoy convencida que, ante una herida abierta en el alma, lo único que hay que hacer es esperar que el tiempo nos distancie del golpe, lo haga borroso y lo difumine en la lejanía, hasta dejarlo como una leve sombra. A veces hay daños colaterales, impuestos que tenemos que pagar, y el tiempo se lleva con él detalles que no quisiéramos olvidar, como un tono de voz, una cara, un aroma…

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