viernes, 22 de julio de 2011

"Nel mezzo del cammin di nostra vita, mi ritrovai per una selva oscura"

Grabado para La divina Comedia. G. Doré (1847)
Ser consciente de la importancia de un momento en el preciso instante en el que está ocurriendo. Saber que ese segundo, esa coyuntura, no se repetirá más.
Intuir que la añoraremos en un futuro, da como fruto una sensación agridulce. Una especie de amargor bañado de impotencia. El querer que no se acabe nunca hace que no lo disfrutemos plenamente. Advertir su naturaleza efímera, pasajera, su cercana muerte nos hace desear un minuto eterno.

Hace tiempo que me viene rondando por la mente la fugacidad del tiempo. Antes, las Vanitas no me decían nada, ahí estaban, calaveras cargadas de mariposas, rodeadas por relojes de arena, velas derretidas a punto de apagarse, piezas de caza llenas de moscas, flores mustias… No entendía esa recurrencia a la fugacidad del tiempo, collige, virgo, rosas… que manera de aguar la fiesta! déjame vivir en la felicidad del ignorante!

Mi existencia perfecta y despreocupada, la certeza de que era un ser inmortal al que nada malo puede ocurrir, el castillo en el que vivía construido a base de perfección, excelencia y superioridad se vio arrasado cuando desapareció la piedra angular que lo sostenía. No nos preparan para lo malo. Nos educan para triunfar, para ser invencibles, pero cometen el gran error de sobreprotegernos. Nos llevan hacia la meta, pero con orejeras de burro para no distraernos. Si en algún momento se nos ocurre girar el cuello y observar lo que hay en la cuneta, el mundo se tambalea.

Discernir el final de las cosas nos abre la puerta a la edad adulta, lo malo es que siempre lo descubrimos dolorosamente. Mi madre siempre me dice que la adolescencia me llegó tarde, desapareció ya bien entrada la veintena, y la verdad, siendo sincera, casi viví la infancia a mi manera hasta la mayoría de edad!! aún ahora conservo mucho de mi yo infantil, lo poco que me dejan. He vivido la niñez más feliz que se pueda tener y quizá por eso me ha marcado tanto. Las sutiles manías y los pequeños juegos que conservo desde que tengo memoria, me permiten sentirme en casa dentro de mi pellejo.  Pero cuando la vida muestra su dureza lo hace en forma de sonora bofetada que marca la mejilla de la niña que llevo dentro, esta se va encogiendo y dejando paso a la adulta realista, estoica, añorante...

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