miércoles, 30 de noviembre de 2011

Vuelvo y revuelves

Barbette, Man Ray (1926)
La noche  palidece moribunda, abandonando su ciega opacidad. Por las calles avanza el alba, despuntando el día, puntada a puntada, sobre las crestas de los edificios. Es hora de volver. Fue una de esas noches que a su término te da la sensación que pasaron varios días. Vuelves a casa con los ojos emborronados por el rimel (quizás la pena o la risa te han hecho llorar), los zapatos de tacón en una mano, los mechones de pelo invadiendo tu cara y quemándose con el cigarrillo que llevas en la boca. Una de esas noches en que llegas al portal y buscas la llave que a duras penas entra en el cerrojo de la puerta. Escupidendo en el suelo su pálida luz, el ascensor te espera en el rellano, con sus puertas abiertas como una madre amorosa y cálida que te espera despierta. Te miras en el espejo de su interior acercas la cara hasta tocar con tu nariz el feo reflejo que te devuelve. Entonces, en ese momento, recitas en voz baja:
"De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,  dejar atrás un sótano más negro que mi reputación —y ya es decir— poner visillos blancos..."

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