martes, 18 de enero de 2011

Solos

Eduardo Manostijeras
Nos aterra estar solos, por algo no dejamos de ser animales gregarios. Quizá ese miedo esté arraigado fuertemente en nuestro ADN y proceda de los albores de la humanidad cuando un solo individuo fuera de la comunidad estaba condenado a morir en las fauces de una fiera, de hambre o de frío. Puede que la búsqueda de compañía sea una manifestación más del instinto de supervivencia, pero lo que sí es cierto es que es uno de los males que padece esta sociedad cada vez más deshumanizada. Cuando somos niños nos basta con que mamá esté pendiente de nosotros, en la adolescencia los amigos se convierten en algo así como una segunda familia que parece cobrar más importancia que la propia. La soledad en esa primera juventud nos porvoca pánico, pero es en la edad adulta cuando realmente se sufren sus efectos. La falta de compañía nos deprime, quizá porque hace que nos quedemos a solas con nosotros mismos, nuestras manías, nuestras locuras. Aprender a estar con uno mismo y soportarse conlleva un esfuerzo titánico, pero es posible. A veces intentamos llenar el vacío con una mascota, una afición, un libro; buscamos compañía en el vecino, la sección de contactos del periódico, internet... El hecho de charlar un rato es más que suficiente para sobrevivir un día más.
Pero hay otra clase de soledad que es la más devastadora, es ese sentimiento que se queda a vivir en nuestro interior, que poco le importa que estemos rodeados de gente que nos quiere. A veces te sientes solo por el hecho de sentirte incomprendido "extranjero en un mundo extraño" y paradojicamente echar a correr, pasear solo y estar con uno mismo mitigan ese sentimiento.

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