martes, 3 de mayo de 2011

Las primeras cenas

Como cada jueves, solíamos reunirnos para cenar, íbamos rotándonos y esta noche le tocaba a  Pedro y Clara ser los anfitriones. Su apartamento era una lujosa antigüedad decadente, las cortinas de damasco y terciopelo, las alfombras de seda, los sofás de diseño nórdico de los setenta, las lámparas alemanas de acero racionalista años cincuenta, eran algunos testimonios de la abundancia que siempre había acompañado a la familia de Clara. El suelo de la cocina conservaba todavía la baldosa hidráulica que seguramente mandó colocar el arquitecto que diseñó el edificio allá por los años 20 y el resto de la casa estaba entarimado con un precioso parquet de marquetería de colores. Muchos apartamentos de la ciudad en los que había estado desprendían ese aire nostálgico, esa acogedora añoranza, esos colores verdes y tostados que hacen otoño, que te abrazan y te envuelven y te transportan a los años en los que los teléfonos hacían “riiiing”.

El comedor estaba suavemente iluminado por la luz de las velas que portaban los candelabros de bohemia y las pequeñas lámparas colocadas tras las cortinas. Varias botellas de Vega Sicilia fueron vaciándose a lo largo de la cena y copa tras copa el volumen de nuestras voces fue in cescendo. Las carcajadas de Pedro silenciaban las notas que salían de los altavoces del tocadiscos. Intenté concentrarme en lo que estaba sonando pero fui incapaz de oír nada. Después de una cena estupenda a base de pastel de marisco y pierna de cordero rellena nos fuimos al salón. Pedro abrió el mueble-bar, una hermosa reliquia con el frente de taracea en ébano y marfil, y colocó los vasos y el hielo en la pequeña mesa que, cerca de la ventana, hacía las veces de portamacetas.

Me recosté en un futón que había al lado de la chimenea con un vaso de whisky con hielo en la mano. Maggie, la gata de la casa, se subió en mi regazo, reclamando su cama sobre la que me había recostado, pero tras unas caricias empezaron los ronroneos y decidió que por esta noche, la compartiría conmigo. Miré a mi alrededor, Pedro y Jorge sentados en las butacas discutían sobre cualquier tontería mientras fumaban un porro, María y Clara cada una con su copa, bailaban descalzas sobre la mesa de centro, Nino apoyado en la puerta del balcón estaba como alelado mirando las gotas de lluvia resbalar por los cristales…

Cerré los ojos y disfruté del momento…

2 comentarios:

Miss Amanda Jones dijo...

A ti no te gusta la Carmen Laforet ni nada, verdad?
Tía, escribe un libro.

Esther dijo...

mencanta y lo sabes!